Tras el cansancio del curso que acaba, el sol abrasador de las evaluaciones, la batalla interior para poner las notas con la tesitura de dar más peso a la justicia o la misericordia (a veces tan escasas, a veces tan necesarias), tras nuestra queja continua por los alumnos/as díscolos, tras la soledad y el empacho de las memorias…, la vida nos da un respiro. Llegan las vacaciones, un nuevo tiempo.
Tiempo de relax, de optimismo, de subir a las montañas y respirar, de bajar a las playas a refrescarnos, tiempo de viajes interiores y exteriores, para ser viajeros del tren de la vida, para conocer otros lugares. Tiempo de reuniones familiares, de cenar con los amigos, de reír a carcajadas, tiempo de acción de gracias, de piscinas y campamentos, tiempo de parar y sentarnos a los pies de tu Presencia. Tiempo para la espontaneidad, para la contemplación, para ponerse en presencia orante.
Tiempo de vivir con ganas, de mirar, de repensar, de saludar sin prisas, de formarnos para lo nuevo, para lo que ha de venir, tiempo de descansar. Tiempo de leer, de echar la siesta, de silencios, de diversión, de fiestas, de misión. En este verano de crisis, tiempo de mirar a los lados, de ver lo que hay alrededor y actuar, tiempo de confiar, de compartir tiempos y dineros, de tomar helados, de tener encuentros. Tiempo para la compañía y el acompañamiento, para tener las puertas abiertas, tiempo para dejar de ser islas. Tiempo para soñar un nuevo curso mejor, para soñar un nuevo mundo mejor. Un buen tiempo para los intentos, o incluso para hacer realidad esos intentos.
Tiempo de almacenar bondad en el corazón, tomar aliento y fuerzas para el próximo curso, para hablar y pasar calor, tiempo para ver y oler tormentas, para pisar charcos, tiempo de mochilas y pies cansados, de pasos y tropiezos, de buscar agua fresca en manantiales, de entrar en el fondo del alma, de ver crecer los girasoles y los campos de maíz, de cortar el trigo para celebrar la fiesta de los frutos, tiempo de días largos y noches cortas, de solsticios de verano. Tiempo de nanas y enamoramientos. Tiempo de alabanza y acción de gracias. De quitarse el reloj, de aparcar los agobios. Tiempo de rememorar y recrear lo ya vivido.
Tiempo de jugar, de salir de casa, de castillos de arena y dibujos en el suelo, tiempo para el optimismo vital, tiempo para contemplar las estrellas, para ir al cine sin techado, para emocionarse. Tiempo para vivir al compás de Otro Tiempo, el tiempo de Dios. Tiempo para tener los ojos bien abiertos y llevarnos bien con lo que vemos.
¿Te vas a perder todo esto?
Esta oración pretendía ser una alabanza y un deseo. Por todo esto te pido Padre y por todo esto te doy gracias con fuerza y ternura. Feliz verano a todos.
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