Me llegó esta carta de nuestros amigos de Acoger y Compartir, una asociación con la que estoy vinculado desde hace unos años, que explica un poco la situación actual. Les doy las gracias por permanecer en Haití cuando todos los focos se apagaron y la atención del mundo giró hacia otros acontecimientos. Creo que es necesario sostener a los que sostienen. Con ánimo, con nuestra economía, con nuestra oración.
Lo comparto con vosotros.
Gritaron ¡Aleluya! de madrugada, no sé cuánto tiempo, pero me despertaron. Eran voces tan rotas como llenas de rabia. Más parecía una invitación a la violencia que una oración. Puerto Príncipe se llena de plegarias en plena noche haciendo jirones el silencio que no existe.
Imposible recuperar el sueño. Lo que sugiere ese griterío es una desesperación inquietante. A un año del seísmo, en Haití va ganando enteros la desesperanza. En Delmas, la zona en la que habito cuando voy a Puerto Príncipe, esa madrugada se entremezclaban los himnos religiosos con los espeluznantes aullidos de los perros y los miméticos kikirikis de gallos invadiendo lo que tendría que ser reposo y silencio amable.
Haití no está para aleluyas ni amables silencios. Vive una gigantesca frustración. No obstante, ante un futuro contradictorio, este pueblo no ha renunciado a la plegaria. Aunque la vehemencia orante en las sectas y los excesos espiritualistas en otros grupos expresen más un insoportable dolor íntimo que esperanza.
Hay quien psicológica y moralmente ya no lo soporta. Estar constantemente en la supervivencia tapona las vías de la esperanza. Algo así de grave está ocurriendo. De los desatendidos campos de desplazados, la infra alimentación en las zonas rurales y el analfabetismo reinante está germinando una desesperación que se ha visto sin careta en Les Cayes, Port Haitien y Puerto Príncipe tras las elecciones del 28 de Noviembre.
Aunque ese dolor de vivir viene de antes.
Aunque ese dolor de vivir viene de antes.
Cáritas Haití con su responsable Mons. Pierre Dumas, Mensajeros de la Paz, ONGs de congregaciones religiosas como Salesianos, Jesuitas, Hnas de Madre Teresa de Calcuta, Religiosas de Vedruna ... y tantos otros y otras están ahí haciendo lo que pueden para reducir las altas cotas de sufrimiento en miles y miles de personas concretas. En ese agujero negro que es Haití la Iglesia está presente con acciones avaladas por la entrega personal. También muchas ongs. ¿Qué sería de los infectados de cólera sin la valiosa presencia de Médicos sin Fronteras? Este es un servicio imprescindible, pero la "cuestión Haití" es más compleja y profunda, por eso quisiéramos escuchar y ver a la Iglesia arriesgando más.
Estaba allí porque nuestra pequeña asociación Acoger y Compartir desde antes del seísmo vive un compromiso con este pueblo. Durante este año se han enviado seis contenedores con ropa, medicamentos, comida, agua. Se han entregado a unas doscientas familias ayudas económicas. En el mes de agosto se realizó un campo de verano para 280 niños y 125 jóvenes en Fonfrede, y una tapia en el perímetro de la escuela para seguridad de los niños. Se han construido dos módulos escolares, 16 aulas, para primaria y secundaria en Geantillon, en la región de Les Cayes donde hay una pequeña comunidad de misioneros redentoristas que intenta sostener la esperanza en esa zona del Haití profundo.
Esos días en la Universidad Notre Damme d'Haití, Facultad de Agrónomos, impartimos un seminario sobre tratamientos de aguas, a cincuenta universitarios de la zona. Jóvenes cuestionados por la expansión del cólera en los diez departamentos del país, constataban que todas las muestras de aguas analizadas, hasta las subterráneas, estaban contaminadas.
El obispo de la Diócesis, Mons. Guire Pulard, quiso hablar con el equipo para agradecer que, pese a la alarma del cólera, no suspendiéramos el curso en la Facultad de Agrónomos. Nos habló con palabras sencillas de su familia de agricultores pobres, y del compromiso de la Iglesia para que la situación no lleve a ese caos que genera la pérdida de esperanza en un orden social. Dos semanas después, en esa misma ciudad de Les Cayes, han sido asesinadas cuatro personas en las revueltas post-electorales y quemadas las oficinas de estamentos oficiales y partidos políticos.
En Haití, pasado un año del seísmo, "la justicia sigue siendo plegaria de una sola palabra" ¿Cuánto abandono, soledad, tristeza y desamparo tendrán que resistir aún las víctimas? La Iglesia tiene que ampliar el gesto, mostrando y demostrando que las donaciones hechas llegan a sus destinatarios, que no es necesario esperar otro año para actuar con una siembra a más largo alcance.
Hablar de Haití estos días es experimentar una vergüenza que duele. Hasta los plásticos y lonas que dan cobijo a los habitantes de los campos de desplazados se agrietan ya. Bill Clinton, codirector de la Comisión Interina para la Reconstrucción de Haití, dice que "Los escombros y la vivienda son los problemas más graves"; pero en Puerto Príncipe, a un año del terremoto, sigue habiendo "escombros suficientes para llenar cinco súper estadios". Dice él que están "haciendo un buen planteamiento en energía y comunicaciones". Planteamiento que no se ha concretado en nada eficaz hasta la fecha. Y desde distintos estamentos le preguntan ¿dónde está el dinero prometido para la reconstrucción?.
Cierto que no siempre el haitiano genera confianza. La corrupción embarra tanto que muy responsablemente los países donantes quieren saber en qué proyectos concretos se va a invertir su dinero. Pero esa información concreta y controlada no llega nunca y tendría que haber llegado hace meses. Cientos de proyectos podrían estar ya en ejecución.
Más que una metáfora vienen a ser los gritos de los empobrecidos de Haití porque creen que las heces de los cascos azules están generando el cólera del cuerpo y la rabia que los saca a la calle para apedrearlos. Como han hecho en Hichen. No se puede obligar a resistir tanto tiempo rodeados de frustración y rondados por las metralletas que todo lo reprimen y nada solucionan. Tras la sospecha de fraude en las elecciones algunos hablan del fracaso de Naciones Unidas también en Haití. En Hichen, una pequeña comunidad de religiosos intenta instalar un potabilizadora para que los quinientos niños y niñas del centro escolar que sostienen puedan tener agua sin riesgos. Médicos sin Fronteras ha instalado carpas para atender a las víctimas del cólera.
"Cuando se trata de sobrevivir las noches e imaginar los días venideros ... una persona, con la esperanza entre los dientes, es un hermano o hermana que exige respeto.", dice J. Berger. Muchos haitianos y otras y otros echamos en falta ese respeto. Las iglesias lo intentan a la vez que sienten cómo se agudiza el dolor de vivir en Haití.
Algunas religiosas y religiosos escuchan ese "cri de coeur" haitiano.
Para llegar a Belle Fontaine hemos tenido que atravesar tres sierras y dos ríos por calizos caminos intransitables en grandes trechos. Llegamos por fin a la falda de la más alta montaña de Haití, Mone La Selle, de 2.680 mts. En ese lugar tan bello como inaccesible, dos religiosas españolas, Eva de Salamanca y María de Valladolid, están atendiendo médicamente a los empobrecidos de la zona que son todos. Y esa compasión abre a otros proyectos, como la canalización de agua potable desde la sierra a cuatro depósitos en construcción para más de 30.000 litros cada uno.
En Haití es posible mucho más de lo que la comunidad internacional, la comisión Clinton y los políticos haitianos dicen. ¿Qué falta? Algunas mujeres y hombres de las diferentes iglesias y muchas ongs lo están denunciando y diciendo con hechos.
José Miguel de Haro
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