Las manos de mi hija Natalia, acogidas por las mías. |
La cosa consistía en lo siguiente: En grupos de 4 alumnos/as, con los ojos cerrados y haciendo un círculo, los alumnos acariciaban sus manos mientras sonaba una música tranquila. Mi intención era que sintieran suave y a la vez fuertemente la caricia y el reconocimiento de sus compañeros, así como la caricia del propio Dios. Al terminar, les pedí que abrieran los ojos lentamente, y que hicieran un gesto expreso de reconocimiento hacia las personas con quienes habían compartido ese rato. El ambiente fue chulo, al menos así lo percibí yo. Ellos/as en ese momento contaron poco (hay que tener en cuenta que tienen 15 años y que expresar sentimientos en grupo les cuesta), aunque cuando después hable con algunos de ellos personalmente, me dijeron que la experiencia les había sorprendido y gustado.
Después de dejar un rato sonar la música e invitarles a escuchar y acariciarse, les leí lo siguiente:
"Ojalá al ser acariciados por los compañeros nos sintiéramos acariciados por el mismo Dios, amados con ternura infinita, y nos convirtiéramos en caricia para cuantos nos rodean.
Orar no es pensar en Dios; es mantener la sensación de una presencia que nos envuelve y nos guía. No se trata de buscar sensaciones, sino de buscar al Señor.
Escuchar, ver, mirar... nos mantienen en la proximidad con los otros. Pero la presencia se hace aún más estrecha a través del contacto".
"Si supierais lo profunda que es la piel", decía Paul Valery. Pero depende de cómo se toque... Hay personas que nos tocan como una coraza y otras que nos remueven hasta la raíz. Hay manos que nos aplastan, nos cosifican, nos bestializan y hay manos que nos apaciguan, nos sanan y a veces incluso nos divinizan y bendicen.
Hay gente que habla a menudo de la oración de las manos fijándose en el trabajo que son capaces de hacer. Pero las manos ¿solo oran cuando trabajan? ¿No pueden orar cuando acarician, es decir, cuando el amor y el respeto que las habitan, las "espiritualizan"?
La oración del tacto, es la oración de un cuerpo que no se agarra, que no se encierra sobre el otro. Tocar a las personas o a Dios o dejarse tocar por El, no es sentirse aplastado, sino sentirse envuelto de espacio. Dios nunca nos asfixia.
La oración es un abrazo que nos deja libres. No se ora con los puños cerrados, ni con uñas como garras, ni con pegamento en los dedos... Solo se puede orar con las manos abiertas, con las palmas oferentes, abiertas ante Ti, Señor".
Nota: la primera foto son las manos de mi hija pequeña acogidas por las mías están misma tarde. La idea está tomada de una foto que nos han mostrado hoy en una charla de formación mercedaria para profesores/as.
Un regalo final: Oración de las manos
Afortunado el hombre, afortunada la mujer
que, hasta el final, pueden sentir unas
manos haciendo el bien
La mano que lava con atención.
La mano que viste con cuidado.
La mano que peina con amor.
La mano que toca con respeto.
La mano que consuela con el corazón.
La mano que viste con cuidado.
La mano que peina con amor.
La mano que toca con respeto.
La mano que consuela con el corazón.
Nadie puede vivir sin esa mano,
que es tierna, que guarda,
que protege e irradia consuelo
hasta el final.
El ser humano anhela esa otra MANO.
que cura todas las heridas,
que sana todos los dolores,
que enjuga todas las lágrimas
que da alas a ese amor sin el que
nadie puede estar.
Leprosería de Micomeseng-Guinea Ecuatorial.